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El método del ejemplo

Respecto a "dar ejemplo", en el campo educativo, existe un consenso: es coherente y efectivo. Lo contrario, que sería "predicar y no aplicar", causa pérdida de credibilidad y dudosos (o adversos) resultados. En palabras, resulta muy sencillo: Si enseñas respeto, respeta. Si predicas amor, ama. Si quieres que otros sean justos, sé justo. Estas premisas pueden aplicarse a padres y maestros, y en general a cualquiera que pretenda educar a otros. En uno de tantos textos valiosos de Paulo Freire, puede leerse: "La práctica educativa en la que no existe una relación coherente entre lo que la maestra dice y lo que la maestra hace es un desastre como práctica educativa"*. La cita es muy importante porque recalca dos aspectos constitutivos de las prácticas educativas cotidianas: el decir y el hacer. Si yo tuviera que elegir entre uno de los dos, obviamente me inclinaría por el hacer, en silencio. Pero estamos implicados en un mundo de palabras y se nos impone

¡Adiós a las tareas!

C ada vez con más frecuencia les escucho a estudiantes decir: “En el colegio no nos dejan tareas”. También hay padres y madres que exclaman, muy felices: “Menos mal a mis hijos ya no les dejan tareas”. Y me he dado cuenta de que algunos colegios utilizan como eslogan publicitario “Jornada continua, sin tareas para la casa”. Así las cosas, las tareas serán pronto recuerdos anacrónicos, como el almidón de yuca o el Betamax. Si me concentro solo en aquellas tareas sin sentido que tuve que hacer en mi época escolar (e incluso durante mis estudios de pregrado y maestría), seguro terminaré celebrando también el hecho de que las tareas se acaben. Pero no puedo evitar acordarme de experiencias maravillosas y de aprendizajes increíbles, gracias a las tareas que mis maestros me dejaron. En Primaria tuve que recolectar y clasificar hojas de árboles y también piedras diversas, consulté leyendas con los adultos, observé la germinación de plantas, transcribí canciones, leí poemas y novel

Emociones que favorecen el aprendizaje

Un estudiante aprende mejor cuando se encuentra dispuesto emocionalmente. No es una invención mía. Lo han afirmado muchos expertos y lo han descubierto intuitivamente innumerables maestros. El concepto de filtro afectivo ayuda mucho a comprender esta situación. Las personas seleccionamos lo que aprenderemos según tengamos motivaciones para hacerlo o no. Según esta proposición, emociones como la alegría, la sorpresa, el orgullo, la satisfacción, la gratitud, el asombro, la ilusión y el amor disponen a la gente para aprender. Por el contrario, la tristeza, el odio, la rabia, el miedo, el tedio, el arrepentimiento, la inseguridad, la decepción y la vergüenza, están en la lista de las emociones con alto potencial para bloquear el aprendizaje. En estos párrafos, a las primeras las llamaré emociones favorables y a las segundas desfavorables (con todo el problema que implican tales denominaciones). La antítesis de la proposición presentada está obviamente en los aprendizajes que la

Los maestros que admiro

Admiro a todos los maestros. Cada mañana miles de ellos dejan sus hogares desde muy temprano para marchar a los barrios y las veredas de nuestro país con una misión que los expone en gran medida. Porque el maestro siempre está expuesto: a la burla, al irrespeto, a la violencia, al desprecio, a las enfermedades y accidentes laborales. Conozco numerosos casos de mujeres y hombres que han dejado en las escuelas sus gargantas, sus caderas, sus espaldas, y hasta su cordura. Insisto aquí en que los admiro a todos, pero tengo motivos para admirar a algunos especialmente. Admiro a los maestros que no lo son por la paga. Comparto que la profesión docente merece ser muy bien remunerada, pero pienso que la remuneración (justa o injusta) no debe ser el motivo para elegirla.  Admiro a los maestros que escuchan a sus estudiantes, que los dejan hablar y valoran lo que dicen.  Construir discursos plurales en el aula es mucho más difícil que acaparar la palabra con el pretexto de que el pr