Educar sin anteojeras
Tuve
por colega un maestro de química que además de competente en su quehacer era excelente
lector y me ayudó mucho en mi tarea como docente de Lengua Materna porque
conversaba con los estudiantes sobre sus libros y autores favoritos y, lo más
importante, sobre sus experiencias de lectura. A él le escuché decir alguna
vez, cuando conversábamos sobre la trivialidad de los hábitos lectores de
nuestros estudiantes, que “lo malo” no era que leyeran a Paulo Coelho, el
afamado escritor de obras de autoestima, sino que solo lo leyeran a él.
Tenía razón el buen maestro. Nuestro instinto adulto, y mucho más
el docente, que es en buena medida inquisidor, siempre quiere determinar lo que
“deberían” los niños y jóvenes, a la manera en que los domadores y jinetes
someten la visión de los caballos con anteojeras para que solo puedan ver hacia
donde “deberían”. En materia de literatura, por ejemplo, consideramos que
deberían leer “la buena”, la que ha ganado premios, la clásica, o la que a
nosotros nos ha gustado (e incluso también la que no nos ha gustado pero cuya
lectura es obligatoria para cualquier persona con algo de cultura, según
creemos).
Me resulta inconveniente, luego de casi dos décadas de crianza y
docencia, que nos obsesionemos con eso que “deberían” nuestros hijos y
estudiantes. Ponerle anteojeras a seres dotados de razón, de voluntad, y de
manos para quitárselas, tarde o temprano llevará al fracaso. Lo perjudicial no
es que ellos lean “mala literatura”, ni que escuchen “mala música”, ni que vean
“mala televisión” o “cine chatarra”. Lo perjudicial es que no lean, vean,
escuchen, experimenten, otras cosas, tal vez más saludables para el intelecto y
el espíritu. Criarse escuchando únicamente vallenato o viendo únicamente
telenovelas, noticieros y realities es también, en cierta forma, criarse con
“anteojeras”. Y no hay que olvidar que no solo a los docentes, los padres y las
madres nos da la tentación de imponérselas a alguien. Existen otros domadores,
en la calle, en los medios de comunicación, en la montaña… siempre con un par
de anteojeras a la mano.
Por mi parte, en mi camino para elegir mis preferencias
literarias, musicales, televisivas, de cine, de deporte, y otras más, no he
necesitado anteojeras (aunque han intentado ponérmelas). He leído a Coelho y no
lo prefiero por encima de Munro o Saramago, o Kafka, he escuchado música
carrilera y no la prefiero por sobre la balada y la clásica, he visto mucho
cine “chatarra” (sobre todo cuando viajo en buses intermunicipales) y eso me ha
servido para saber que nunca una película con Jean-Claude Van Damme o con
Jackie Chan serán mejor que una con Julia Roberts o Robin Williams. He visto
telenovelas (a veces solo por acompañar a quienes las disfrutan) y he decidido
que no me gusta la manera en que ellas cuentan las historias y adormecen mi
cerebro, prefiero una buena novela en un libro (el objeto más maravilloso que
conozco). Pero esas son mis experiencias personales y no puedo pretender que
sean las de todo el mundo.
Por eso pienso que los docentes, los padres y las madres no
tendríamos que preocuparnos por poner anteojeras a niños y jóvenes para enfocar
su mirada y apartarla de tanta trivialidad y tanta chatarra que nos parece
perjudicial y abunda hoy día. Nos corresponde todo lo contrario, garantizarles
acceso a la variedad que existe, entre la cual habrá espacio para lo que a
nosotros nos parece ideal.
El fracaso para quienes nos dedicamos a la educación (docentes,
padres y madres, especialmente), no es que a los estudiantes no les guste el
teatro, o no les guste la música clásica o los reportajes científicos en
televisión (por poner algunos ejemplos). El fracaso sería que no hayan tenido
la oportunidad de vivir experiencias gratas, sin sometimiento, sin anteojeras,
con eso que creemos que “deberían”, al lado de eso otro que a nosotros no nos
gusta. Si mis hijos no frecuentan el teatro no será porque nunca los he llevado
a una buena función y les he proporcionado una experiencia en la que han gozado
y aprendido.
Hay que recordar que los caballos no eligen (con algunas
excepciones quizás) mientras las personas tenemos la facultad para hacerlo y al
usarla nos hacemos más personas. Si la apuesta es educar generaciones
autónomas, críticas, creativas, tolerantes, democráticas… habrá que asumir las
consecuencias que se derivan de que niños y jóvenes vivan con los ojos bien
descubiertos en este mundo tan plural. Seguro habrá que poner límites según
corresponda en cada ámbito (escuela y hogar) pero podrían ser coherentes con
una educación sin anteojeras (que no es lo mismo que educación sin riendas).
Excelente reflexión profe. Muchas veces caemos en este error de pretender que nuestros estudiantes piensen como nosotros puesto que, lejos de abrir sus mentes a múltiples conocimientos, los estamos limitando
ResponderBorrarAbrir sus mentes equivaldría entonces quitarles las anteojeras, incluso cuando ellos se sientan cómodos con ellas, creo. Gracias, Magda.
BorrarMuy acertado escrito mi estimado Fabio, una percepción que quizás muchos de nosotros no tenemos en estos aspectos básicos de la enseñanza y la crianza.
ResponderBorrarQue estas reflexiones por su pertinencia con muchos de nuestros propósitos educativos y de formación, sean tema de conversación, inclusive entre los mismos estudiantes. Gracias Fabio. Un saludo.
ResponderBorrarQué bueno, sí, seguramente los estudiantes también puedan leer estos planteamientos y preguntarse si están andando por la vida con anteojeras. Gracias, Sandra.
BorrarProfeta como todos los buenos escritores. Falleción Robin Williams horas después de que usted ponderara sus excelentes actuaciones obviamente mejores que las de Paul Walker o cualquier otro parecido. Comparto el sentimiento y la razón de que existe una cierta.... distancia entre la Sociedad de los Poetas Muertos y Rápido y Furioso -que como usted decía incorpora uno d emanera obligatoria en los buses intermunicipales. Hay tanto de anteojeras dictaminar que es necesario leer el Lazarillo de Tormes, como abandonarnos a la negligencia adulta de dejar que solo lean los juegos del hambre, divergente, etc. Hay tanto de anteojeras, definir que deben leer solo la María y no Satanás, y claro!!! condenar la lectura de Potter solo porque es más fácil que Ulises también es una anteojera adulta. Qué complejo es este tema pues nos moveríamos entre el fanatismo y la negligencia. Aún así qué bueno sería que ellos descubrieran no solo a Narnia, sino a Demian; no sólo a Verónica decide morir -que por cierto ha ayudado a muchos jóvenes- sino también Sobre Héroes y Tumbas que indudablemente ha ayudado a demasiados jóvenes con mayores elementos existenciales. Gracias por estos temas apasionantes. Ojalá continúe en este sendero en donde se cruzan la literatura, el cine, las expresiones artísticas, con la eduación
ResponderBorrarQué bueno es contar con lectores que le ayuden a uno a completar sus escritos. Gracias. Lamento la muerte de Williams tanto como sus adicciones. Me quedo con las buenas experiencias que viví viendo varias de sus películas.
Borrar"Una educación sin anteojeras (que no es lo mismo que educación sin riendas)". Encuentro en esta frase la clave de la lectura (o al menos así lo comprendo). De por sí, pensar en anteojeras es ponernos en el plano del que pudiendo ver, no ve (o no lo dejan), y ese es el peor ciego....El asunto es lograr ver. Paul Eluard, en su inolvidable poema (o al menos inolvidable para mí) "La niña que no quería crecer", refería precisamente esa actitud ante la vida: no ver, no querer ver, no crecer, no madurar para no ver. Al final, Carolina, la niña del cuento, pudo ver y fue distinta a las demás niñas que simplemente crecieron, porque Carolina, que no quería ver, comprendió la importancia de ver y tomó la decisión de crecer.
ResponderBorrarQuizá por mi formación (estudie ingeniería), se me hace imposible no ver que en la naturaleza, si algo no es cierto es la relatividad (en el sentido en que lo toman ahora nuestros muchachos, o nosotros mismos: que todo vale, porque todo es relativo). Russell tiene razón al afirmar que la sociedad mal entendió a Einstein (o mejor dicho, no lo han comprendido, o los maestros no lo hemos sabido enseñar, o peor aún, no lo hemos enseñado). De hecho, si algo muestra la Ley de la Relatividad, es que las leyes de la naturaleza son implacables: la velocidad de la luz no varía según el medio, y nada puede sumársele a la velocidad de la luz, por ejemplo. En este sentido, yo entiendo, que el educar sin anteojeras se refiere al enseñar a Ver para poder decidir, y no al enseñar que todo está permitido (porque hay límites, y el límite no siempre es el fin...).
Es un tema con bastante tela para cortar (o tejer), pero quisiera terminar refiriendo a María Josefa Domínguez (mi profesora de arte en la U, que al tiempo fue la mejor profesora que tuve en el programa de ingeniería), y su lectura dinámica de los signos. Parafraseando, diría que el educar sin anteojeras requiere acompañar al educando, más que pretender adoctrinarlo, y ayudarle a denotar y connotar la realidad, a reflexionar, a comprometerse y a ser creativo con su aquí y con su ahora.
(Saludos Fabio. ¿Es esto una nueva versión de los cuentos cortos?)
Gracias, Milton. Como lo dije en respuesta a otro comentario, es grato contar con gente que lea lo que uno escribe y que además complemente eso que uno escribió (que en realidad nunca estará terminado, he ahí quizás otra implacable ley de la naturaleza). No querer ver, no querer crecer, no aceptar conocer nuevas cosas, pretender adoctrinar... las anteojeras son un símbolo que se presta para diversas interpretaciones. Los docentes veremos qué nos corresponde.
ResponderBorrarFinalmente, este no es el equivalente de "Cuento para el sábado", solo mi expresión de otras inquietudes.
Fabio excelente reflexión, enseñar a nuestros alumnos el valor de la buena critica, del pensamiento critico, enseñar a analizar y a partir de ello a elegir, sin descuidar los límites y el derecho de nuestro prójimo, Esto les servirá cuando sean adultos en su vida diaria y mas aun a poder elegir correctamente a sus gobernantes en una sociedad democrática.
ResponderBorrarFelicitaciones, desde Argentina
Este comentario me hace pensar que en otros tiempos, en Colombia, se educaba políticamente con anteojeras. Los hijos no tenían otra opción que ser del partido de sus padres. No se les permitía considerar otras opciones pues se catalogaba aquello como una traición. Afortunadamente eran otros tiempos.
ResponderBorrarGracias