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¿Quién cerrará la llave?

Por poco no llega al cuarto de baño. Tan pesada era su lasitud que apenas logró deslizar sus chancletas como patines, aprovechando la lisura del baldosín. Mucho mayor fue el esfuerzo que requirió para que sus pies, uno después del otro, pasaran por encima de la división que aislaba la regadera. No eran más de quince centímetros de altura, pero tuvo que apoyarse en la pared enchapada de azul rey cuando sintió que perdía el equilibrio, en aquel lapso minúsculo que se sostuvo solamente sobre su pierna izquierda. Al abrir la llave, sintió por fin el chorro que tanto anhelaba, frío y potente, deslizándose por su cabeza, por su rostro, por su nuca, por su espalda, por su pecho, por su vientre, por sus nalgas, por sus ingles, por sus muslos, por sus rodillas, por sus corvas, por sus pantorrillas, por sus pies. De repente, algo extraño empezó a ocurrirle. El agua que escurría se iba llevando su cuerpo como si estuviese hecho de jabón en gel. No pudo ver sus cabellos, ni sus ojos, ni sus diente

Jugar en clase

Estas tres palabras dicen mucho para mí, tocan mis fibras emocionales y mi memoria. Me gusta jugar en clase y considero que es algo que me ha caracterizado durante los veintiocho años que llevo de ser maestro. Aún recuerdo los rostros de las directivas que por primera vez me dieron la oportunidad de orientar Lengua Castellana en primaria. Antes de decidirse a hacerlo, me pidieron que hiciera una clase para ellas, con el fin de determinar si estaba listo. Imagino su sorpresa al ver que me atreví a enfrentar aquella prueba decisiva con cubetas de huevos y pelotas de pimpón. Este gusto me ayuda a entenderme con los niños. Casi siempre me va bien con ellos porque no les da pereza ni pena jugar. Por el contrario, suelen invitarme y retarme. Además, es raro que se cansen. Me encanta la motivación que genera en la mayoría de ellos el juego, aunque es obvio que existen excepciones y matices, no todos los niños sienten la misma inclinación por el juego, ni todos los juegos despiertan el mismo

La palabra que nos salva o nos destruye

Todos nos contamos historias sobre nosotros mismos y, como se dice de modo coloquial, nos comemos el cuento. Este fenómeno del lenguaje, el que no sea simple transcripción de los hechos sino interpretación y configuración de la realidad, les confiere importancia superior a los relatos autobiográficos, orales o escritos. Construirlos honestamente puede llevarnos a reconocer que algo falta en nuestra historia, que hay escenas importantes por suceder: caí ¿y me levanté?, me equivoqué ¿y corregí?, hice daño ¿y lo reparé?, me dañaron ¿y perdoné?, fracasé ¿y aprendí? Es esta una manera constructiva de mirar al pasado y asumir el presente como página en blanco. En esta época, con seguridad hay quienes, a pesar de las calamidades que han vivido en los últimos tres años, han conformado relatos en los que son héroes sobrevivientes de una pandemia, seres afortunados que han recibido la oportunidad de seguir viviendo, que no hacen parte de los millones de personas que ya no construirán su rela

Cuervos y semillas

Los astutos cuervos vuelan sobre tu huerta Viejos cuervos insistentes Quieren tus mejores semillas prometedoras y vulnerables  plantadas con devoción regadas con esperanza   Ahuyentas a las aves indeseadas de mil maneras garantizadas por especialistas Pero vuelven Te perturban como ampollas Su sombría presencia se impone Sigues la hipnótica trayectoria de su vuelo De pronto reaccionas dominas de nuevo tu atención y los espantas con violencia   Sabes que pierdes aunque salvas la huerta Semillas importantes se arruinan durante las disputas Habrá que sembrar nuevas cuidar las que restan usar fertilizantes   Emergen lágrimas lentas como espuma Lloras por las semillas perdidas por las que siguen en riesgo por los cuervos que regresan y acechan Tanto llanto nutre la maleza Más trabajo   A veces te disfrazas de espantapájaros Te desvelas cuidando el sembradío Tus párpados reclaman y se oponen   Los cuervos merodean Merodear l

Mundo hostil, mundo amigable

«Einstein dijo que hay una pregunta que es la más importante que un ser humano se puede hacer: ¿Es el universo en el que vivo hostil o amigable?» [1]. Todos tendríamos razones para resolver esta pregunta dicotómica con cualquiera de las opciones que nos propone. Hay hechos suficientes para responder que este mundo es hostil y también evidencia abundante de que es amigable. No pretendo resolver en estos párrafos cual sería la mejor respuesta, aunque los lectores podrán notar hacia cuál me inclino. Lo que me interesa más es reflexionar sobre lo que nos corresponde a los maestros y a la familia en torno a una pregunta tan desafiante. Crímenes, extorsiones, atracos, parejas y amistades que engañan, complots, trampas, descuidos que matan a otros o los dejan parapléjicos, bromas que laceran la autoestima, robos de muchas clases, indiferencia ante el dolor ajeno, maltrato a los animales, deforestación, contaminación de las fuentes hídricas, tsunamis, avalanchas, terremotos, bichos que trans