Las promesas incumplidas a las nuevas generaciones... ¿Qué pensarán los electos?


“¡Estudie para que sea alguien en la vida!”… “¡No estudie y verá cómo le toca fregarse después para conseguir el pan!”… “¡Si no quiere ser un pobre esclavo como yo, estudie!”…

En el fondo de estas frases sueltas y reiterativas que vienen escuchando nuestros niños hace rato, yacen promesas de los adultos: promesas de un proyecto de vida digno gracias al estudio.

Animados por esas promesas nuestros díscolos retoños retozones aceptan y soportan entrar en las aulas anquilosadas en las que entusiastas y comprometidos maestros —aunque a veces no tanto— intentan una educación para el siglo XXI en decenas de pupitres asfixiados entre la pobreza y las limitaciones de un sistema educativo que parece más bien pensado para los tatarabuelos.

Tras seis horas sentados en duras y viejas tablas, escuchando los discursos diversos que les hablan de sintaxis, fórmulas, geografías… de poco sentido, entre bostezos y fastidio, los vivaces menores quisieran huir de esas jaulas letradas en las que se convierten tantas veces los salones de clases. Pero se aguantan porque recuerdan la advertencia: si no estudian no serán nadie, si no estudian el mundo no los premiará con el éxito, la comodidad y el dinero que tanto les ofrecen los medios de comunicación.

se muerden la lengua cuando escuchan hablar de calidad educativa, cuando los gobernantes de turno reparten morrales de mala clase y cuadernos estampados con sus lemas de gobierno, como limosnas educativas, mientras se habla de miles de millones petrificados en asfalto y cemento que poco los benefician, o en sofisticado armamento, mientras se hacinan cuatro decenas de estudiantes en cada salón.

Se muerden la lengua porque ellos también saben de calidad de la educación pero nadie les pregunta, nadie los escucha. Y se muerden la lengua porque si dicen algo imprevisto, algo que descontrole el sistema, algo que cuestione el transcurrir “natural” de la educación, podrían quedar por fuera de los beneficiados por las promesas. Nada es más temible que ser expulsado del colegio. No tanto por lo que se pierde al no entrar en él sino por lo que puede perderse en el mundo de afuera, para siempre, si no se estudia. ¿Qué será de la vida sin estudio? Ya los adultos se lo han anunciado.

Sin embargo, los años pasan y los niños se vuelven adolescentes irreverentes que rompen su cascarón de credulidad. Entonces, ven la luz de la realidad y empiezan a desconfiar de las promesas cuando descubren a sus antecesores —a los que ya han terminado el calvario de doce o más años de estudio— haciendo domicilios en motocicleta, deambulando por las calles del pueblo, alistando sus maletas para lucharse un futuro en la gran ciudad desconocida, empuñando las armas en algún bando del conflicto, padeciendo la esclavitud de la drogadicción…

Entonces se preguntan si a eso es que le llaman los adultos “ser alguien en la vida”, si acaso ya no son alguien ellos, estudiantes de secundaria, y por lo tanto no deberían ser tratados como bocetos de personas sino como seres humanos completos y complejos.

Trece años de vida, tal vez un poco más o un poco menos, se sostiene la esperanza incólume. Pero aquellas promesas se hacen cada vez más difusas y las evidencias y las noticias lo confirman: “El bachillerato no basta… no asegura nada… Hay que ir a la universidad”.

Entonces, la esperanza se transmuta en desconfianza, suspicacia y pesimismo. ¡¿Cinco años más de lo mismo…para ser alguien en la vida?!

Algunos lo creen y lo aceptan pero pocos tienen la certeza de que el mundo universitario esté a su alcance. La plata… las distancias… el apoyo… ¿Y, finalmente, qué hará esta sociedad con tanto profesional?

Hay quienes no creen la nueva promesa de la educación superior, caen definitivamente en el desaliento y, tristemente, ante la hipocresía, o la ingenuidad, o la impotencia, de sus adultos cercanos, algunos de ellos sucumben a otras ofertas —otras promesas— que les resultan más creíbles: las del dinero fácil, las del placer inmediato o, en el mejor de los casos, las del trabajo duro pero seguro e inmediato.

Hasta aquí, el panorama general, común a todos los rincones de nuestro país, si bien más preocupante en unas regiones que en otras. Ahora, aterricemos el asunto a lo local, a lo que debe ser evidente para nosotros.

Este año recibirán cartón de bachiller en San Gil, sumando todas las instituciones públicas y privadas, por lo menos 300 jóvenes entre los 16 y los 18 años de edad, que ya son héroes por superar el camino de la primaria y la secundaria, lleno de lobos feroces que acechan dentro y fuera de los colegios.

De estos 300 que se graduarán, cuántos ingresarán a la educación superior… Seamos optimistas y aceptemos el 67% que declara el Ministerio de Educación[1]. Esto nos da 201 nada más. Pero recordemos que la tasa de deserción de la educación superior está en el 45%.

Sigamos siendo optimistas y pensemos que los sangileños desertan poco. Tranquilicémonos pensando que unos 150 de nuestros bachilleres estarán en la educación superior permanentemente, creyendo la promesa de un futuro digno tras alcanzar el título profesional. Y aclararemos que esta cantidad incluye todas las modalidades e instituciones, incluso el SENA.

Pero otro problema es que hay una gran cantidad de ellos que no estudian en San Gil, que dejan de ser habitantes de nuestro municipio. Al parecer, no hay un estudio técnico sobre “la migración” de sangileños a otras ciudades, ni sobre los jóvenes de otros lugares que llegan a vivir a San Gil tras su graduación de bachilleres. Sin embargo, se conoce, según el DANE[2], que en el 2005, sólo el 28,4% de nuestros jóvenes habitantes entre 18 y 26 años asistían a un establecimiento de educación formal. Es decir, más del 70% de los jóvenes que se quedan viviendo en San Gil no se quedan estudiando.

En todo caso, aunque es imposible ser matemáticamente preciso, por ningún lado las cuentas nos favorecen. Por más optimistas que seamos, cada año generamos aproximadamente 150 bachilleres que se quedan en San Gil y no están ocupados en la Educación Superior.

Y qué se quedan haciendo.

¿Trabajando en qué y en dónde?

¿En turismo?... ¿Cuántos empleos (empleos de verdad) nos genera el apasionante y costoso título que ostentamos de capital turística de Santander?

¿En nuestras grandes empresas? Se pueden contar con los dedos de la mano y ya tienen su nómina plena.

¿Se dedicarán entonces al comercio? ¿Con los precios que tienen en San Gil los locales comerciales y la mentalidad testaruda de sus habitantes, que reza que todo tiene que estar en El Centro, en las mismas tres manzanas, para no tener que caminar mucho?

No es casual la proliferación del moto-taxismo en San Gil, ni tampoco la prosperidad del micro-tráfico y la drogadicción, ni el surgimiento de pandillas, ni el aumento de las riñas y los asaltos callejeros. Los protagonistas de estos y otros problemas de orden público son, en su mayoría, jóvenes entre los quince y los veinticinco años, jóvenes a quienes se les han incumplido las promesas y de quienes se ha olvidado la comunidad, con sus gobernantes y líderes a la cabeza.

Sin procesos y escuelas artísticos y deportivos suficientes, continuos y financiados con recursos públicos… sin bibliotecas públicas dinámicas, articuladas con los planes nacionales y con las instituciones educativas locales… sin una política pública para el aprovechamiento permanente y sano del tiempo libre… sin una conciencia ciudadana que evite el contacto de los niños y los adolescentes con los vicios… sin… sin…

Con tantas carencias en esta ciudad en crecimiento y ante las circunstancias propicias para la multiplicación de los males, qué les espera a nuestras nuevas generaciones. Si no les cumplimos la promesa y además no las ayudamos, no las orientamos, no las comprendemos… tendremos que padecerlas y perseguirlas… castigar a los hijos de nuestro abandono.

¿Qué pensarán al respecto nuestros líderes y gobernantes? ¿Sí se habrán dado cuenta de la situación? ¿Qué ideas y planes tendrán para los bachilleres que se quedarán desocupados?

Bonito es el discurso conveniente que reza: "la educación, la cultura, la juventud y la niñez son prioridades nuestras". Pero necesitamos evolucionar a las acciones, los proyectos, los hechos, que demuestren que verdaderamente importan estos asuntos.

No podemos decir que nos importan nuestros jóvenes mientras permitimos que les vendan vicios en el mismísimo parque principal, delante de las autoridades.

Cómo decir que queremos el progreso de nuestros jóvenes si les ofrecemos menos del salario mínimo a cambio de su trabajo, los ocupamos únicamente en temporadas altas y no tenemos en cuenta su capacitación a la hora de remunerarlos.

No podemos mentir, diciendo que nos importan los jóvenes mientras los escenarios deportivos son carcomidos por el abandono y las escuelas artísticas escasean y se sostienen casi por caridad.

No podemos decir que nos importan los niños y los jóvenes porque les regalamos balones publicitarios de miseria que se revientan en la primera jugarreta.

¿Cuándo empezaremos a obsequiarles buenos libros, buenos instrumentos musicales, escuelas de formación suficientes y permanentes?

¿Cuándo dejaremos de brindarles celebraciones con payasos y chiquitecas y pasaremos a ofrecerles conciertos, buen cine, buenos títeres, buenos cuenteros...?

Si seguimos incumpliendo las promesas de la educación y del progreso, lo que tendremos será cada día más jóvenes enviciados, enrolados en la delincuencia y la ilegalidad, enredados en la violencia... entonces pediremos más policías, más cárceles y leyes más severas... con el anacrónico y fatal pensamiento de que el mal se acabará cuando acabemos con los malos.

En lugar de eso deberíamos intentar sembrar el bien desde edad temprana; pero no con discursos moralistas sino con buen ejemplo, con suficientes oportunidades y recursos... cumpliendo las promesas.

 


[1] http://menweb.mineducacion.gov.co/educacion_superior/numero_07/index.htm
[2] http://www.dane.gov.co/files/censo2005/perfiles/santander/san_gil.pdf

Comentarios

  1. interesante reflexión hace en este texto, que al terminar de leerlo le queda el sabor que no es mucho lo que se esta haciendo por los jóvenes. Y entonces cabe la pregunta: ?que están haciendo los jóvenes por si mismos para modificar su entorno?.

    Le reflexión deja entrever que una de las soluciones es que haya mas empleo y mas oportunidades para los jóvenes en esta ciudad ahora turística, con un empleo digno-mayor o igual al mínimo- pero es que generar un empleo de un salario mínimo hay que tener mas de sesenta millones para generar ingresos iguales.

    Estoy de acuerdo que nuestro sistema educativo no es el esperado, sin embargo quien no estudie hoy es porque no quiere. Nunca ha habido tantas oportunidades para hacerlo, ni tantas ayudas como ahora. Hay gratuidad en lo publico, becas y hasta refrigerios gratis. nada les cuesta a los jóvenes hoy, y su posición entre lineas refuerza la idea de recibir y recibir.

    En este hermoso país, la educación es un derecho y cuando se mira desde esa optica, el joven lo espera todo, sin esfuerzo. En Asia, la educación es una oportunidad y una bendición, y desde esa óptica, es aprovechada con empeño.

    La pregunta surge entonces, como logro China en menos de 50 años convertirse en la segunda potencia mundial, si en la década del sesenta era un país de los mas pobres del mundo?. Si Los chinos pensasen como lo plantea el blogquero, de producir para consumo interno, de no salir de la provincia, no hubiese llegado a ser la despensa del mundo.

    Humildemente pienso que todo depende desde el lente que uno vea el asunto.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

GRACIAS POR HACER TUS COMENTARIOS EN ESTE BLOG.
SERÁN PUBLICADOS POSTERIORMENTE.

Entradas más populares de este blog

¿Quién cerrará la llave?

La palabra que nos salva o nos destruye

Jugar en clase