Codazos y otras traiciones
Dos codazos recientes en el mundo del deporte mundial me
hacen pensar en la naturaleza misma de dar un codazo, acción que puede
equivaler a otras en diferentes contextos de la vida cotidiana.
Peter Sagan derribó mediante un codazo a Mark Cavendish en
la cuarta etapa del Tour de Francia. Por su parte, Gonzalo Jara, de la
selección chilena de fútbol, le dio un codazo en el rostro a Timo Werner, de la
alemana, en la final de la Copa Confederaciones. Hablo solo de estos dos casos para
no extender innecesariamente la lista.
El protagonista del primero fue expulsado de la carrera. El del
segundo recibió una tímida tarjeta amarilla del juez Milorad Mazic, a pesar de
la ayuda que el video le ofreció al árbitro para observar detenidamente la
jugada. Con estas decisiones queda claro que el fútbol alcahuetea mucho más
este tipo de comportamientos que el ciclismo, aunque los reglamentos de ambos
digan que deben ser sancionados duramente.
En el fondo de lo reprochable e infame que resulta un codazo
en cualquier deporte están las causas que llevan a alguien a usar su codo
premeditadamente en contra de su competidor, a sabiendas del terrible daño que
le puede causar. Puede haber rencor por alguna situación previa. También está
obviamente la creencia de que hay que ganar a toda costa. Y es posible hablar
de hábitos adquiridos a lo largo de la carrera deportiva (en el mundo del
fútbol de barrio suele admirarse a un jugador que, entre otras mañas desleales,
pega continuamente para ablandar a sus adversarios).
El codazo es símbolo de traición, de alevosía y de
impotencia. Cuando una persona piensa que no puede superar a otra en franca lid,
y además le faltan ciertos recursos morales, recurre a sacarla de competencia
con comportamientos como este.
En la vida cotidiana, por fuera del deporte, los codazos no
implican contacto físico. Entre los codazos cotidianos se cuentan el
desprestigio, el saboteo de procesos y el abuso de confianza. Todos frecuentes
entre compañeros, vecinos, políticos, comerciantes y en cualquier otra relación
que pueda representar competencia.
Me gusta pensar en la competencia sin codazos, en gente que
sabe aceptar y admirar a quienes le superan. Uno no debería tener problema en
reconocer que otro es más fuerte, más rápido, más inteligente, más
disciplinado. Claro, es una aspiración romántica e ingenua, dirán algunos. Lo
importante son los resultados. El fin justifica los medios.
Pero incluso ese sentido práctico le quita fundamento a los
codazos. Sabemos que en algunos casos, como el de Sagan, la Justicia humana
condena con firmeza los codazos. En otros, como el de Jara, la humanidad los
permite y hasta los premia. Cosa que aumenta el dolor de los afectados. No
obstante, queda el consuelo de que una Justicia universal (para algunos divina)
se encarga de poner en orden las cosas y los codazos jamás quedan impunes.
Un codazo puede causar daño inmediato y permanente al
adversario, pero al final de cuentas quien lo propina sufrirá más. Para un
ejemplo simple, vale recordar que Jara no pudo sostener el trofeo de campeón y las
imágenes de su actuación lo perseguirán por el resto de su vida.
Me agrada la analogía que propone; en el deporte como en la vida misma el espíritu competitivo hace que el ser humano muchas veces motive sus actuaciones de manera mas instintiva, buscando siempre anular al contrincante sin importar el precio...talvez nos educan en un ambiente en donde se busca incentivar la competencia por recibir una recompensa y se deja de lado educar para ser competente, desarrollando habilidades o aptitudes especiales frente a la vida misma o un área determinada...; y la misma sociedad aplaude a quienes sin importar la forma han obtenido grandes triunfos, se convierten en modelos a seguir y sinónimos de éxito...
ResponderBorrarsin embargo en ocasiones llega a ser contradictorio que aquellos que la sociedad califica como "exitosos" son quienes finalmente revelan en su vida personal que viven deprimidos y solitarios...pienso que la decisión como siempre de quien quiero ser corresponde a cada uno...y esta motivada por aprendizajes previos recibidos durante el transcurso de nuestro proceso evolutivo.