El maestro Velosa

Me he enterado, gracias a la Radio Nacional, de que Jorge Velosa está enfermo y hospitalizado. No se han publicado detalles de su enfermedad ni de su pronóstico. De pronto he sentido una tristeza muy auténtica. No de esas tristezas que surgen después de pensar en lo mal que está el enfermo sino una tristeza natural, autónoma, que no parece haber pasado primero por mi pensamiento.

Entonces he comenzado a procesar esa tristeza, a pensar en ella, a preguntarme de dónde viene y por qué. Espontáneamente he tarareado:

“En la vereda Velandia
en el municipio de Saboyá
una cucharita e hueso
me regalaron por la amistá”.

Según mis recuerdos, en mi infancia solo hubo tres libros en casa: La Biblia, un diccionario y El Principito (aparte, de un par de textos de Español que me pedían en el colegio). A pesar de que mis padres tuvieron siempre como prioridad de crianza el estudio, no teníamos biblioteca en casa y la lectura de literatura no era una práctica habitual. Así que mi pasión por la poesía no pudo nacer de leer los clásicos, los maestros de la literatura universal. Creo que a los once años apenas conocía unas cuantas obras de Rafael Pombo.

Pero en casa se escuchaba música casi todo el día gracias a mi madre, que además de acompañar su jornada doméstica con la radio, cantaba con su extraordinario talento lo que su corazón le iba dictando. Entre aquel variopinto repertorio hubo versos que me fueron encantando. Creo que así conocí la poesía, su ritmo, su magia, su profundidad. Por supuesto, no la métrica, ni los “ismos”, ni la historia, ni el canon. Simplemente la poesía.

En consecuencia, no temo mentir si digo que Jorge Velosa fue uno de mis primeros maestros en poesía. Después, en mi adolescencia, vendrían otros que me acercaron más a la lectura y la escritura, pero el terreno había sido abonado por la oralidad, a ritmo de charanga, ranchera, vallenato, vals y bolero.

Recuerdo que no tuve problemas para entender lo que eran: rima asonante y consonante, versos de arte mayor y menor, sinalefa y otros “descubrimientos” de la teoría literaria. Cómo iba a ser difícil cuando en mi memoria habitaba desde niño un compendio de versos que llevaban en sus entrañas aquellos conceptos sin perder un ápice de gracia. El mejor repaso era cantar.

“Julia, Julia, Julia,
Julia de mi amor,
yo te quiero Julia,
más que a mi camión”.

Si profundizo algo más en la reflexión, debo reconocer que mis primeros poemas se parecen más a las canciones de Velosa (guardando las proporciones, por supuesto) que a las obras de Silva, Neruda, Whitman o Byron. Y eso no me avergüenza; por el contrario, a veces quisiera rescatar esa creación intuitiva que se ha ido enredando por el espinoso camino de la técnica.

Al iniciar este párrafo, he procesado bastante mi tristeza y comprendo mejor por qué mis ojos se humedecen con la noticia de Velosa enfermo. Lo deseo sano. Deseo encontrarlo de nuevo cantando en algún coctel en la Biblioteca Luis Ángel Arango, o en una feria de pueblo. Deseo escucharlo otra vez en alguna de sus conferencias. Deseo que siga poniéndole ritmo y picardía a esta vida tan compleja. Deseo tener la oportunidad de darle gracias personalmente.

Por ahora, me quedo espantando la tristeza con una de sus canciones:

“La china que yo quería
se fue pa la capital.
De nada valió quererla
pues no quiso regresar”.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Quién cerrará la llave?

La palabra que nos salva o nos destruye

Jugar en clase