¿Enseñamos prudencia o cobardía?
La pregunta que sirve de título es sumamente problemática
¿Qué estamos enseñándoles a nuestros hijos y a nuestros estudiantes cuando nos
esmeramos en que se cuiden de los riesgos de la vida?
Es de pura supervivencia humana evitar el peligro pero
también es muy humano asumir riesgos para lograr satisfacciones, progresos,
felicidad. Entonces, tanto la prudencia como la aventura han sido y siguen
siendo útiles a las personas y a la sociedad.
Por otro lado, los adultos nos sentimos comprometidos a
cuidar a los menores ¿Qué hay de malo en eso?
Llenamos las cabezas de los niños y los jóvenes con frases
que nos parece que invitan a la prudencia, al auto cuidado: “No salga tarde”, “No
se suba allá”, “Es mejor que evite”, “Para qué se arriesga”, “Abríguese”, “No
se meta en problemas”, “Quédese callado”, etc.
Sin embargo, me parece bueno preguntarnos si ese conjunto de
frases, repetidas sistemáticamente durante varios años, está enseñando una
actitud de cuidado racional y saludable o una cobardía perjudicial ¿Se estará
haciendo muy pesada la maleta de los temores de la niñez y la juventud? ¿Estaremos
haciendo muy estrecho el terreno de exploración y aventura?
Recuerdo con profunda gratitud algunas vacaciones de mi
infancia que pude pasar en el campo, en la finca de unos compadres de papá y
mamá. Mi espíritu y mi mente se ampliaron arriando vacas y ordeñándolas,
trepando árboles para bajar mamones y naranjas, bañándome en la poderosa
quebrada, jugando a escondidas en la penumbra total. A veces escuchaba de lejos
la voz de mi madre diciéndome que me bajara de allá o pidiéndome que me quedara
en casa, a salvo.
No voy a proponer que la vida debe ser una continua aventura,
llena de riesgos e imprudencias (aunque algunos disfrutan que así sea). Solo
quiero plantear esta reflexión porque una vida (especialmente la de un niño o
un joven) me parece muy aburrida si está limitada en extremo por los cuidados
de los padres y los profesores.
Quizás por eso en el furor de la adolescencia ocurre tantas
veces el desafío insolente a esa prudencia amarradora. El adolescente se siente
cobarde, se avergüenza y se entristece, si ve pasar la lluvia y la brisa a
través de la ventana cerrada, mientras él se abriga para no resfriarse.
La educación basada en la cobardía es producto del miedo. Y el miedo siempre encontrará su justificación para dar cuenta de su presencia. El miedo avizora y multiplica los peligros. Y así, disfraza su presencia con los manidos argumentos de la prudencia que, o bien es una forma enmascarada de control o de cobardía o ambas. Lo curioso -para otra publicación suya- es si esa prudencia/cobarde/controladora se manifiesta igual en las redes sociales o allí, se puede ser temerario y arriesgado como pareciera indicar un buen número de ejemplos. Gracias como siempre por su espíritu reflexivo
ResponderBorrarGracias por su comentario, Agustín. Si bien el miedo puede resultar herramienta de adaptación y supervivencia, como usted bien dice quizás multiplicamos los peligros con el deseo de "salvar" a nuestros seres queridos.
BorrarPor otra parte, usted menciona algo muy inquietante: la prudencia que desaparece en redes virtuales.
Seguiremos reflexionando.
Me hace pensar en el modo como las circunstancias de cada ser humano transforman según la lente de quien observa. Una misma vivencia puede suscitar reacciones muy diversas. Almas del corazón.
ResponderBorrarGracias por su comentario, Édgar. Cierto es que las circunstancias pueden hacer que aquello que nos pareció prudente hoy resulte cobarde, y viceversa. Por eso mismo plantearse la pregunta es relevante en el quehacer educativo.
BorrarPara seguir reflexionando.