Cuando cualidades son defectos, y viceversa

Preferimos ciertos rasgos de carácter porque aprendemos que son buenos y nos hacen sentir bien. Sin embargo, algunos entornos sociales parecen premiar lo contrario y nos desconciertan.

Supongamos que Menganita es ordenada. Su familia le ha enseñado que el orden es una cualidad valiosa y le ha premiado por adoptarla. Además, la Escuela le ha reforzado estas creencias. Ser ordenada se ha vuelto parte de su personalidad y cimiento de su autoestima. Se quiere, se admira y se enorgullece por esta cualidad.

Pero Menganita de pronto cambia de entorno social, se radica en otra ciudad y junto a un par de amigas toman en alquiler un apartamento. Pasados unos días Menganita se da cuenta de que sus amigas no tienen la misma valoración del orden que ella. Por el contrario, optan por el desorden con una convicción que a Menganita le sorprende.

Para colmo de males, cuando Menganita intenta ordenar el apartamento sus amigas se molestan por lo que a ellas les parece una intromisión, una imposición. Poco a poco Menganita se convierte en un fastidio, alguien desagradable a quien prefieren evitar. Entonces Menganita tiene un dilema: ¿desmonta el orden de su esquema personal para adaptarse a este entorno, o cambia de entorno en busca de uno en el cual su cualidad sea bien valorada?

Este ejemplo sencillo permite ilustrar lo que alguien puede experimentar cuando se encuentra en un entorno en el que sus cualidades son vistas como defectos. Ocurre en países o ciudades que premian la deshonestidad y la corrupción. Allí una persona que se niegue a prácticas fraudulentas será un ñoño, un presumido, incluso un enemigo del que hay que deshacerse.  

También ocurre en equipos que no tienen por bien visto a quien compite lealmente. Equipos que optan por la conspiración, la injuria y la trampa como mecanismos de éxito y supervivencia.

En otros casos, rasgos como la puntualidad, la eficiencia, la autorregulación y la planeación, resultan defectos. Ocurre en entidades que han incorporado en su cultura rasgos contrarios, aunque se pregonen valores institucionales como la excelencia y la calidad.

Cuando nos sentimos como Menganita, cuando el entorno en el que nos desenvolvemos ve como defectos lo que hemos tenido por cualidades, hay que reflexionar y decidir si nos adaptamos (como tantos lo hacen) con el fin de ser aceptados, desechando u ocultando eso que hemos cultivado en el transcurso de nuestra vida,  o más bien partimos en busca de entornos que nos acojan mejor.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Jugar en clase

La palabra que nos salva o nos destruye

¿Quién cerrará la llave?