Discapacidad en la escuela: entre asistencia e inclusión
Suponga usted, estimado lector, que es un niño sordo que,
gracias a la protección de la ley colombiana, puede asistir a la escuela. Ya no
tiene que quedarse en su casa, segregado. Ahora imagine que las clases y demás
actividades de su escuela ocurren como si todos los estudiantes pudieran oír;
es decir, como si usted no existiera. Piense qué sentiría e intente sentirlo.
Aunque hemos avanzado mucho al abrir las puertas de la
escuela para las personas discapacitadas, la tarea aún está incompleta.
Obviamente, la matrícula y la asistencia son condiciones para que se dé la
inclusión. Sin embargo, se requiere además que los ambientes escolares sean
inclusivos. Cosa que no se logra cuando las actividades, la infraestructura y
las normas se piensan y realizan sin considerar las necesidades especiales
derivadas de discapacidades.
En la lógica tradicional (que ha sido excluyente) la escuela
construye el currículo y el estudiante debe adaptarse a él o irse. Por el
contrario, desde una perspectiva incluyente, la escuela debe adaptarse a los
estudiantes, encontrar formas de responder a la diversidad y a la discapacidad.
De nuevo pensemos que usted es un estudiante sordo. Asiste a
clases pero no entiende nada, no logra participar ni comunicarse, sus
compañeros no lo integran y sus profesores, aunque le tienen compasión, no
saben qué hacer con usted. Ellos piensan que tendría que aprender lo mismo que
los demás y de la misma manera.
Entonces, la legislación ha resuelto el problema de cómo
entrar en la escuela pero ha generado otro problema: cómo desarrollarse y
convivir en ella.
Algunos dirán que, como se trata de personas “especiales”,
es mejor que estudien en colegios “especiales”, no con los estudiantes
“normales”. Eso quizás les ayudaría a recibir atención especializada pero
mantiene un esquema de aislamiento de los discapacitados. Esquema que no solo
los bloquea a ellos sino también a los demás. Mirado desde otro ángulo, un
estudiante con discapacidad es un manantial de oportunidades de aprendizaje
para los estudiantes que no lo son. Convivir con discapacitados desarrolla
capacidades emocionales, cognitivas y comunicativas. Convivir con
discapacitados gatilla nuestra humanidad.
Tibias soluciones ha buscado el Estado. Por ejemplo, no se
trata solo de asignar un intérprete que “le traduzca” al estudiante sordo lo
que dice el docente. Hay que transformar el currículo.
Usted, el niño sordo, podría desarrollarse mejor si sus
compañeros y docentes comprendieran sus condiciones y sintieran empatía por
usted. Si no permitieran que ocurra en la escuela algo que no lo incluya. Si
tuvieran herramientas y conocimientos para comunicarse con usted. Si creyeran
en sus capacidades y no les pusieran barreras a sus aprendizajes. Si la
compasión se convirtiera en inclusión y la inclusión fuera mucho más que
asistir a la escuela.
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