El método del ejemplo

Respecto a "dar ejemplo", en el campo educativo, existe un consenso: es coherente y efectivo. Lo contrario, que sería "predicar y no aplicar", causa pérdida de credibilidad y dudosos (o adversos) resultados. En palabras, resulta muy sencillo: Si enseñas respeto, respeta. Si predicas amor, ama. Si quieres que otros sean justos, sé justo. Estas premisas pueden aplicarse a padres y maestros, y en general a cualquiera que pretenda educar a otros.

En uno de tantos textos valiosos de Paulo Freire, puede leerse: "La práctica educativa en la que no existe una relación coherente entre lo que la maestra dice y lo que la maestra hace es un desastre como práctica educativa"*. La cita es muy importante porque recalca dos aspectos constitutivos de las prácticas educativas cotidianas: el decir y el hacer. Si yo tuviera que elegir entre uno de los dos, obviamente me inclinaría por el hacer, en silencio. Pero estamos implicados en un mundo de palabras y se nos impone a los educadores decir algo. Entonces, nos conviene el camino que busca la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

En mis épocas de estudiante de Secundaria, como integrante del Consejo de Estudiantes, participé en la construcción de una propuesta alternativa de lo que entonces se llamaba reglamento del colegio, y hoy día se conoce como Manual de Convivencia. Me resulta interesante que en las asambleas de estudiantes, las principales quejas no apuntaban a que fueran retiradas las normas que nos incomodaban sino a que los maestros no acataban las mismas reglas que se imponían a los estudiantes. "Nos prohíben fumar pero ellos lo hacen en clase", reclamaba alguien. "Nos sancionan por llegar tarde pero ellos llegan a la hora que quieren", añadían. "Nos dicen que hay que ser honestos pero nos piden plata para aprobar las materias", denunciaban. 

Me parece evidente que el niño y el joven esperan buen ejemplo de sus padres y maestros. Y no se trata de que esperen un comportamiento y un discurso perfectos. Habrá fisuras, con seguridad, habrá errores. Los menores comprenden rápido que el ser humano es débil y defectuoso. Pero también aprenden a distinguir entre la actitud autocrítica y humilde y la arrogante e hipócrita. Por eso el buen ejemplo a veces consiste en el reconocimiento de las fallas, en la reflexión sobre lo dicho y lo hecho, en la enmienda y la disculpa, en el esfuerzo por cambiar. Educar con el ejemplo es también mostrar qué se puede hacer cuando uno se equivoca.

Claro que el ejemplo es un método coherente y persuasivo pero no infalible. Es posible que, a pesar de recibir ejemplo de honestidad y diálogo por parte de sus educadores, alguien opte por la corrupción y la violencia. Como también hay casos en los que aquellos que han sido instruidos en el crimen optan por el camino de la bondad. Son misterios que no se pueden explicar sin especulaciones. Aún así, cuando pienso en métodos educativos o me refiero a ellos, el primero de la lista es el ejemplo.


* En: Cartas a quien pretende enseñar, Paulo Freire, p. 82.

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