La gratitud: un aprendizaje necesario

La gratitud es un sentimiento maravilloso, de un poder inmenso, un sentimiento que vale la pena aprender a sentir ¿Por qué no afirmo que "deberíamos" sentir? Porque las emociones y los sentimientos no se pueden convertir en un deber. Sin embargo, sí es posible aprenderlos ¿Cómo? Desarrollando razonamientos, rutas mentales, que los propicien y nos vayan ofreciendo experiencias emocionales. 

Por ejemplo, supongamos que mi razón aprende a identificar los logros y los bienes que otros tienen y yo no. Supongamos también que mi mente se habitúa a comparar lo que yo hago con lo que hacen los demás. Y, para colmos, me acostumbro a sobrevalorar mis esfuerzos y subestimar los ajenos. Esta forma de razonar, esta ruta mental, estimula sentimientos como la envidia y la frustración. El terreno de mi emocionalidad estará muy bien abonado para que me convierta en alguien envidioso o frustrado. Como enseña el popular poema Desiderata: "Si te comparas con los demás te volverás vano y amargado".

En el caso de la gratitud, para sentirla es necesario desarrollar razonamientos que nos permitan reconocer los beneficios que hemos recibido, de la vida, de los demás, de la naturaleza, de Dios. Suena muy sencillo pero en la realidad no lo es tanto, por lo que vengo tratando de expresar: porque depende de la manera como hayamos aprendido a razonar, en este caso respecto a los beneficios que recibimos.

Nuevamente planteo un ejemplo: si un niño NO aprende que la alimentación que recibe a diario es un beneficio que implica el esfuerzo de su familia por conseguir los alimentos, prepararlos y servirlos para él; si NO aprende que la alimentación que recibe es una manifestación del amor de su familia, y del amor de Dios o de algún ente divino; si NO aprende que recibir tres o más comidas diarias es un privilegio al que no tienen acceso todos los niños del mundo; si NO aprende esa forma de razonar, tendrá un bloqueo cognitivo para sentir gratitud por el alimento. 

Y si, además de no aprender esta forma de pensar, aprende una contraria: si aprende una ruta de razonamiento en la cual alimentarlo es un deber de su familia; o aprende que se trata simplemente de un hecho rutinario e inevitable, como respirar; si su mente se convence de que él tiene derecho a exigir lo que más le apetezca comer y a rechazar lo que no le resulta suculento; si aprende a mirar la televisión o el celular mientras come, en lugar de prestar atención y saborear lo que esta ingiriendo; si aprende esas rutas racionales, mucho más incapacitado estará para sentir gratitud respecto a su comida y otros beneficios.

Así podemos entender las diferencias que existen entre la gratitud de unas y otras personas. Están aquellos capaces de sentirse agradecidos por cada minuto de vida, por el sol, por el agua, por las plantas, por el aire, por el trabajo, incluso por los retos y problemas que cada día les plantea. Oliverio Girondo, en su poema Gratitud, da gracias a cosas simples y diversas:

"Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura".

En cambio, hay quienes solo sienten gratitud frente a sucesos extraordinarios, como ganarse una lotería, viajar de vacaciones al sitio que siempre quisieron, o casarse con el mejor partido. Por supuesto, también existen personas que no sienten gratitud hacia nadie, talvez piensan que todos los beneficios que reciben se los merecen, son simplemente consecuencia de lo importantes que son y lo mucho que se han esforzado.

Llama la atención que el sentimiento de gratitud se aprenda en tantos casos en medio (o luego de) las tragedias, pequeñas y grandes, que experimentamos. En el caso de que alguien pierda un dedo de su mano cabe la posibilidad de que mire los nueve que le quedan y sienta gratitud por ellos, por no haberlos perdido también. Aquella tragedia (pequeña o grande, según el juicio del afectado) le permite entonces razonar de un modo distinto respecto a los dedos de sus manos, a los cuales antes tal vez no había prestado mayor atención. 

Por supuesto, el sentimiento de gratitud se complementa con la expresión de la gratitud; la cual también se aprende. Si volvemos al ejemplo de gratitud por la alimentación recibida, algunos aprenden a expresarla antes de cada comida; también hay quienes aprenden que comerse todo es una expresión de gratitud, o que compartir con seres menos favorecidos (incluidos los animales) es una forma de expresar gratitud por la alimentación de la que gozan.

Expresar la gratitud ha adquirido un valor tan importante para la humanidad que es fácil recordar populares canciones emblemáticas para agradecer, como: “Gracias a la vida” y “Gracias, Señor”. Además, es posible emocionarse escuchando obras más recientes: “Agradecido”, de José Luís Rodríguez, y “Gratitud”, de Fonseca; por ejemplo. Por supuesto, sin olvidar los temas que las diversas iglesias emplean para enseñar a sus feligreses la gratitud.

Dar las gracias (de verdad, sentidamente, con el corazón) es algo que se aprende y que, obviamente, requiere sentir la gratitud. Me parece que la gratitud es fundamental para la tranquilidad y la felicidad, por eso la considero un aprendizaje esencial que nos corresponde fomentar desde temprana edad a todos los educadores (en la familia y la escuela). 

Aclaro que no se trata de enseñar conformidad o resignación. No es cuestión de amputar el deseo. Sentir gratitud por lo recibido no quiere decir renunciar a mis expectativas, derechos y sueños. Agradecer la aguapanela que hoy puedo tomarme es una cosa, otra es aspirar a beber mañana una copa de vino para acompañar una abundante cena.

Considero conveniente valorar mejor el aprendizaje de la gratitud y la expresión de esta, enseñar rutas de razonamiento que la favorezcan, rutas para reconocer y relievar los beneficios sencillos o extraordinarios que recibimos, de parte de Dios (si en él se cree), de la naturaleza, de la vida, y de nuestros semejantes.

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