Mundo hostil, mundo amigable

«Einstein dijo que hay una pregunta que es la más importante que un ser humano se puede hacer: ¿Es el universo en el que vivo hostil o amigable?» [1]. Todos tendríamos razones para resolver esta pregunta dicotómica con cualquiera de las opciones que nos propone. Hay hechos suficientes para responder que este mundo es hostil y también evidencia abundante de que es amigable. No pretendo resolver en estos párrafos cual sería la mejor respuesta, aunque los lectores podrán notar hacia cuál me inclino. Lo que me interesa más es reflexionar sobre lo que nos corresponde a los maestros y a la familia en torno a una pregunta tan desafiante.

Crímenes, extorsiones, atracos, parejas y amistades que engañan, complots, trampas, descuidos que matan a otros o los dejan parapléjicos, bromas que laceran la autoestima, robos de muchas clases, indiferencia ante el dolor ajeno, maltrato a los animales, deforestación, contaminación de las fuentes hídricas, tsunamis, avalanchas, terremotos, bichos que transmiten enfermedades mortales, perros que dejan cuerpos deformados, elefantes que atacan a turistas… conclusiones posibles: este mundo es altamente peligroso, cada día empeora, nadie está a salvo, Dios nos ha abandonado, hay que estar en guardia todo el tiempo. Estas conclusiones pueden ocasionar sufrimiento anticipado e innecesario, como lo expresa la magistral frase atribuida a Michel de Montaigne: «Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron».

En realidad, respetando las diferencias entre las experiencias de cada persona, todos hemos vivido pequeñas desdichas o grandes tragedias que justificarían inclinarnos por la concepción del mundo como un lugar hostil. Además, numerosas empresas de la comunicación, y no pocos de nuestros contactos digitales, son altamente eficientes en la tarea de mostrarnos la cara infame de la humanidad, en estimular el Síndrome del mundo cruel.

A mediados del Siglo XX, George Gerbner propuso esta denominación para su tesis de que la televisión cultivaba una percepción exagerada de la maldad en el mundo. Entre otras cosas, afirmó en un artículo escrito en coautoría: «Las amenazas abundan. El delito en la programación de máxima audiencia es diez veces más habitual que en el mundo real. Más de la mitad de todos los personajes principales están implicados en una media de cinco a seis actos de violencia física por hora» [2].

No dudo de la confiabilidad de estos datos, aunque temo que no alcanzaron a presagiar lo que ahora, aprovechándose de internet, circula en las pantallas de nuestros computadores, teléfonos celulares y televisores; y mucho menos pudieron anticipar la efectividad con la que haríamos circular estos contenidos perturbadores que favorecen el pánico.

Sin embargo, también la vida real (e incluso algunas historias de las pantallas) nos muestra evidencias de que una buena cantidad de personas optan por la amigabilidad, a pesar de los infortunios propios y ajenos. Esta gente se enfoca en las muestras que da este mundo de compasión, comprensión, solidaridad, empatía, armonía, generosidad y amor. La psicología ha demostrado que tenemos opciones para construir juicios y crear historias sobre nosotros mismos, sobre el mundo, sobre lo que nos sucede y les sucede a otros. Como concluye en sus estudios Dan McAdams: algunos construyen historias de redención; otros, historias contaminadas [3].

Todo juicio que hacemos respecto a este mundo se basa, no solo en los hechos, sino en nuestras expectativas y creencias, y en el enfoque narrativo que adoptamos. Y no es extraño que en la concepción que construimos del mundo desconozcamos nuestro propio papel en su funcionamiento, nuestro potencial constructivo y destructivo, tanto a nivel individual como social. Por eso me parece más útil y coherente preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo para que este mundo sea un lugar más amigable y menos hostil?; por supuesto, con la premisa de que el ideal humano es un mundo amigable para todos los seres que lo habitan.

Según Viktor Frankl, «debemos aprender por nosotros mismos, y enseñar a los hombres desesperados, que en realidad no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros» [4]. Es esta una invitación a asumir una actitud protagónica, transformadora y responsable en el funcionamiento de este mundo, a sentirnos más actores que beneficiarios o víctimas.

El mismo Frankl, después de sobrevivir a los campos de concentración nazis, escribió: «Algunos guardias sentían compasión». Relata que entre los desalmados guardias de las SS hubo algunos compasivos; como un comandante que compraba con sus recursos costosos medicamentos y luego los repartía a escondidas entre los prisioneros, arriesgando su propia vida [4].

Hace poco, en un bus de Transmilenio, un hombre no podía pasar la registradora porque su tarjeta se quedó sin saldo. Entonces levantó la mirada hacia el resto de pasajeros, pero su confianza en nosotros no le alcanzó para preguntarnos si alguien podía ayudarlo. Una jovencita se acercó y pasó su tarjeta para que el hombre terminara de abordar el bus. Él quiso pagarle el pasaje. Ella le respondió que no, que cuando él tuviera la oportunidad lo hiciera por otros.

Existen personas y comunidades comprometidas con reparar los daños causados por nosotros y la naturaleza. Salvan niños enfermos o abandonados por sus familias. Cuidan animales maltratados o extraídos de sus hábitats. Reforestan selvas destruidas por afán de lucro. No voy a prolongar una innecesaria lista de ejemplos que cada lector podría elaborar por sí mismo. La conclusión es sencilla: a pesar de las adversidades, las catástrofes, las tragedias, las decepciones, las traiciones, las injusticias… a pesar de todo lo que pueda evidenciar que el mundo es hostil, resulta viable entenderlo como un lugar amigable y trabajar para que así sea, esforzarnos por aumentar y resaltar las evidencias de bondad, compasión, solidaridad, comprensión y amor.

Intentando concluir mi reflexión inicial, considero que esto es lo que podemos hacer los educadores, desde el hogar, el aula y la escuela: por una parte, plantear la pregunta de Einstein de modo que invite a participar: ¿Qué estoy haciendo para que este mundo sea un lugar más amigable y menos hostil? Por otra, asegurarnos de que se conozcan las historias que evidencian la amigabilidad del mundo. Y, adicionalmente, evitar la propagación desmesurada de las malas noticias y la programación que alimenta el Síndrome del mundo cruel.

Es necesario, antes de poner punto final, aclarar que no estoy insinuando que haya que ocultar la hostilidad para mostrar un mundo idílico, paradisíaco, libre de mal y peligro. A mi parecer, los educadores estamos llamados a propiciar el conocimiento de unos hechos y otros, estimulando el pensamiento crítico para identificar y diferenciar lo que ha de mejorarse, lo que hay que aceptar porque es inevitable, lo que es intolerable y merece nuestra indignación y resistencia, lo que puede tener intenciones perniciosas aunque parezca inofensivo.

Nos corresponde además propiciar la cautela y el cuidado, la solidaridad, la empatía y la resiliencia. No es nuestra función responder las preguntas aquí presentadas sino plantearlas y favorecer su discusión. No obstante, como nos interesa el bienestar de quienes educamos, valdría ofrecer herramientas cognitivas y emocionales para evitar y aliviar el sufrimiento, innecesario y contagioso, que puede germinar en quienes se convencen de que el mundo es perverso y tiene la firme intención de perjudicarlos.

 

[1] Puig, M. (2013). Reinventarse. https://youtu.be/0lNpDvNHfSs

[2] Efahany, E. (2017). El arte de cultivar una vida con sentido. Ediciones Urano. Citando a Dan McAdams.

[3] Gerbner, G., Gross, L., Morgan, M. y Signorielli, N. (1982). Trazando la corriente dominante: contribuciones de la televisión a las orientaciones políticas. En: Journal off communication, 32(2), pp. 100-127.

[4] Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Ediciones Herder.

Comentarios

  1. Gran texto profe, gracias por compartirlo.

    Hace poco leí un artículo sobre Arthur Schopenhauer, padre del pesimismo filósofico moderno, y me encontré con este texto que me parece apropiado para esta entrada: "La vida no es más que un desengaño progresivo, un continuo deshacerse de las cosas para acabar comprendiendo que nada es relevante salvo no practicar deliberadamente la crueldad con otros seres, sean o no humanos [...] precisamente porque vivimos en el peor de los mundos posibles, justamente porque presenciamos a diario el dolor y el sufrimiento en nosotros y en los demás, solo puede salvarnos la ayuda mutua, el reconocimiento de que el otro no es un otro, sino otro yo que también sufre y se duele. La compasión significa ser-uno con el dolor del otro: com-padecerse (mitleiden, en alemán: literalmente, «con-sufrimiento»)."

    Fuente:
    https://filco.es/schopenhauer-10-claves-de-su-pensamiento/

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    1. Hola, Andrés. Gracias por su comentario. Excelente cita. No veo cómo un mundo sin compasión podría ser un mundo amigable.

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