¡Adiós a las tareas!
Cada vez con más frecuencia les escucho a estudiantes decir:
“En el colegio no nos dejan tareas”. También hay padres y madres que exclaman,
muy felices: “Menos mal a mis hijos ya no les dejan tareas”. Y me he dado
cuenta de que algunos colegios utilizan como eslogan publicitario “Jornada
continua, sin tareas para la casa”. Así las cosas, las tareas serán pronto
recuerdos anacrónicos, como el almidón de yuca o el Betamax.
Si me concentro solo en aquellas tareas sin sentido que tuve
que hacer en mi época escolar (e incluso durante mis estudios de pregrado y
maestría), seguro terminaré celebrando también el hecho de que las tareas se
acaben. Pero no puedo evitar acordarme de experiencias maravillosas y de
aprendizajes increíbles, gracias a las tareas que mis maestros me dejaron.
En Primaria tuve que recolectar y clasificar hojas de
árboles y también piedras diversas, consulté leyendas con los adultos, observé
la germinación de plantas, transcribí canciones, leí poemas y novelas, reuní
vestigios de la metamorfosis de la chicharra y construí maquetas.
En Secundaria capturé lagartijas, sapos e insectos; preparé
obras de teatro, exposiciones y centros literarios; leí algunos buenos libros;
hice carteleras con diferentes técnicas; realicé entrevistas; y visité
entidades.
Haciendo estas tareas aprendí a buscar información y a
procesarla, descubrí muchas de mis habilidades y admiré las de mis compañeros,
aprendí de ellos, conocí sus hogares y sus familias, resolvimos problemas y
conflictos, desarrollamos liderazgos. Con algunos, gracias a las tareas,
construimos amistades, con otros disminuimos acritudes.
Y no puedo olvidar la tarea que despertó en mí el amor por
la escritura de literatura: escribir cinco coplas ¿Qué hubiera sido de mí si no
hubiera llegado a casa con esa tarea? ¿Si mi papá no me hubiera ayudado a
escribirlas con su saber popular y su picardía? ¿Si yo no hubiera descubierto
lo que siento cuando escribo? Aquella tarea sin ayuda de mi papá, hecha en el
colegio, con mis compañeros acosando y mi profesor corrigiendo, no hubiera
significado lo mismo.
También puedo hablar de tareas extraordinarias que compartí
con mis hijos: observar las iguanas del río Fonce y tomarles fotos, construir
cubos y conos en cartulina, preparar exposiciones, ensayar actuaciones en
público, hacer disfraces, escribir cuentos, leer, decorar letras con semillas y
escarcha, hacer experimentos y hasta criar larvas de moscas.
Las tareas me permitieron compartir tiempo con ellos y mi
esposa, lograr cosas juntos, conocerlos mejor y ayudarles a moderar su
carácter. Hacer tareas nunca nos separó, más bien nos unió mucho más.
Obviamente, llegó el día en que no necesitaron de mi ayuda para sus tareas. Me
costó tiempo y algo de tristeza acostumbrarme a que no me consultaran, quería
que al menos me contaran qué tareas tenían.
Pero las épocas cambian y parece que ahora hay más peligros
y menos tiempo. Más miedo y menos
paciencia. Quién sabe qué sería de un pobre niño de 12 años con cinco coplas
por escribir en casa. Tal vez su papá no estaría y su mamá tampoco. Quizás los
dos llegarían tarde y cansados. No se les ocurrirían palabras para rimar. Se
enojarían con el niño y su profesor por tanta desconsideración. Es posible que
el niño lo resolviera fácilmente copiándose algunas coplas con ayuda de Google.
He vivido las tareas como estudiante, como padre y como
maestro. Y no me parecen algo tan terrible como para exterminarlas. Claro que
comprendo que se necesita empatía, organización y sentido común de los
maestros; y también esfuerzo, paciencia y disposición de las familias. Claro
que entiendo los riesgos de las tareas en grupo y las que implican trabajo de
campo.
En un colegio en el que trabajé, cada estudiante llevaba una
agenda en la que se anotaban tareas y evaluaciones; y había también una agenda
de cada curso en la que los profesores teníamos que anotar lo que programábamos para tal fecha. La disposición de las directivas era que si el maestro
veía que para esa fecha ya había otras tareas o evaluaciones aplazara las suyas
o cambiara de planes. Además, era función del director de grupo estar pendiente
de que no se recargaran a los estudiantes y a sus familias. Era solo una forma
de disminuir los conflictos por las tareas para la casa, que ya entonces se
presentaban, y que en una ciudad como Bogotá pueden ser mayores que en pueblos
o ciudades más pequeños.
Pero ya está bien de añoranzas. Volvamos a la realidad. Las
tareas se están acabando y ahora los estudiantes pueden dedicar más tiempo al
deporte, el arte, el juego sano con sus amigos, las actividades domésticas, y
otras cosas que potencian sus habilidades y valores.
Las tareas son problemas y los problemas obstruyen la
felicidad de las familias. Nada como reunirse, al final de la tarde o en la
noche, para disfrutar una cena preparada entre todos, conversar, organizar la
casa y jugar un juego de mesa o leer algo. Ese es el tiempo de calidad que las
familias se merecen y que no debe ser interrumpido por tareas abusivas y
aburridas.
Así que dejaré el romanticismo y me uniré a las masas que
aclaman alegremente: ¡Adiós a las tareas!
Bueno es relativo. Depende del contexto donde se estudie. Hay instituciones que todavía dejan tareas y compiten con otras, el número de tareas. Los padres de familia comparan con las otras y exigen que se les dejé tareas. Sin contar los niños de primero que todavía tienen que hacer planas y planas.
ResponderBorrarLos niños campesinos frente al fogón de leña hacen su tarea y al otro dia llevan a la maestra el cuaderno con olor a leña. O mejor de los casos no hacen las tareas porque tuvieron que llegar al campo a trabajar. Y qué tal una tarea en internet?
Gracias por ampliar la reflexión, profesora Islena. Pienso que allí, donde las tareas aún no se eliminen, conviene moderarlas y esto (como lo anoté en la columna) requiere de parte de los maestros y de las familias (también de los directivos). Analizar el contexto es imprescindible para dejar una tarea significativa, que genere aprendizajes y que complemente la labor realizada en la escuela.
BorrarPor otra parte, gracias también por describir detalles del contexto rural, con sus olores, hábitos y limitaciones.
La academia va por un lado y las empresas por otro. No hay ejecutivo reconocido que no lleve tareas a casa. No hay consultor que no trabaje mas de 10 horas diarias. No hay gerente que trabaje mentalmente todo el tiempo. Los padres de familia que se oponen a las tareas para los hijos, en el colegio, están levantando ciudadanos improductivos, facilistas, fustrados al enfrentar problemas reales. Y maestro que no refuerce los temas tratados en clase con tareas, no esta cumpliendo su función de enseñar.
ResponderBorrarGracias, Nauro, por ampliar el contenido de mi texto. Seguramente las tareas escolares nos preparan para esas otras tareas que probablemente tendremos que realizar en casa como parte de nuestro desempeño profesional.
BorrarSus planteamientos se suman a otros en la inquietud de saber si las tareas hechas en el colegio generan los aprendizajes que una "buena tarea" propicia en tiempo libre, y si la ausencia de tareas favorece mejores encuentros familiares.
Interesante reflexión
ResponderBorrarLa reflexion que presentas es importante, sin embargo, cómo docente considero que las tareas medidas y dosificadas son necesarias para complementar el trabajo que se hace en la escuela. Desafortunadamente cada día son menos los tiempos que en familia se dedican a acompañar en este proceso a los niños.
ResponderBorrarGracias, Adriana. Tienes razón. Quizás podríamos salvar las tareas si les adicionamos calificativos como: medidas, dosificadas, adecuadas, consideradas... Y si la familia logra encontrar tiempo para acompañarlas.
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